¿Le serías infiel?
TRES NOMAS, PIBE (*)
–Tres nomás, Pibe –me advierte enfáticamente Rafo antes de destapar la primera cerveza con el pico de la segunda–. Porque después nos embalamos... la seguimos de largo... y vas a terminar tirado en una vereda de la Estados Unidos como el sábado pasado.
Todavía me dice Pibe (son contados los que lo siguen haciendo: aparte de Rafo, sólo el Vikingo, el Marcial y el Faustino siguen usando esas cuatro letras para nombrar a este servidor). Es un mote que me gané en el colegio. Tenía la cabellera profusa y más clara que ahora. Cuando terminaban las extenuantes clases de educación física todos, acezantes, íbamos corriendo «a mojarnos la mitra» en la hilera de caños que había en la orilla del patio donde se alzaba la sección primaria. En ese mismo lugar me bautizaron con esa chapa: «Miren la mocha del Duarte –recuerdo que, todavía algo agitado, dijo el Loco Málaga–. Se parece al Pibe Valderrama.» Todos, menos yo, dejaron de tomar agua para celebrarle la gracia. Y desde ese momento, para algunos –como Rafo Mendieta– dejé de ser Duarte, y, sin querer, me apropié del apelativo del crack del fútbol colombiano que estaba de moda por ese entonces: Pibe, porfa, préstame tu cuaderno de Química; ya no lo jodan al Pibe; ya pues, Pibe, regálame china pa’ una cremolada; al Pibe se le hace plagiar, es un rosquete; sí, yo también lo he visto al Pibe molestando a las cholas del Santa Dorotea...
–Estabas zampado, Pibe –me hace recordar, sonriendo, y mira de reojo el trasero de la mesera–. Te dije: «espérame voy a la esquina a llamar a la Sarita» y, cuando regresé, estabas seco. Te parecías a esos pordioseros que se quedan dormidos en las calles.
–Sí –lo acepto con algo de incomodidad–, pero ya no me hagas acordar. Ese pisco que tomamos estaba bambeado, por eso me fui a la mierda. Todos los tragos los están falsificando, ya no se puede confiar en nadie, Rafo.
–No, Pibe, no fue por eso –alega Rafo y me alcanza el vaso luego de sacudirlo contra el suelo–. Lo que pasa es que siempre que te peleas con tu Verónica te deprimes mucho, hermano. La Vero te tiene en la lona, pero no quieres aceptarlo.
–No pasa nada, Rafo –le digo, y dibujo un semblante escéptico mientras lleno el vaso–. Mira: hoy día, ella quería salir conmigo y le dije que no podía, que tenía que estudiar para mi examen de Cálculo... ¿Y ya ves? Estoy chupando contigo mientras ella está encerrada en su jato.
–Esas son huevadas, Pibe –afirma con tono burlón–. Estás en la fase de la negación: no quieres aceptar que te templaste. Acéptalo nomás y no te hagas paltas, porque estás con tu causa. Además, cuando te toca, te toca.
Sonrío y, mientras apuro mi ración de cerveza helada, pierdo la mirada en el fondo del bar: un muchacho con un delantal de plástico rocía ambientador en el baño y un par de viejos borrachos se abrazan con un fervor que anuncia otra caja más de cerveza... Un perro enjuto se pasea nerviosamente por entre las mesas. No creo que el pobre animal encuentre un hueso en un bar tan desmedrado... a lo mucho se ganará una mirada lastimosa como la mía.
–¿Le serías infiel? –me larga la pregunta más aviesa e inesperada de la tarde y el perro ya no me importa. Su pregunta me devuelve a la mesa. Es más: su pregunta, por unos instantes, me abstrae completamente del bar.
Me escudriña con los ojos mientras espera que me pronuncie. No lo hago.
–Pásame el vaso, Pibe –me ordena estirando la mano–. Y, no arrugues, dime la verdad: ¿te tirarías a otra cojuda?
(*) Para leer la historia completa escribe a despistado_aqp@hotmail.com
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