Wednesday, January 26, 2005

Suerte de perro...

Y dale alegría, alegría a mi corazón
es lo único que te pido al menos hoy.
Y dale alegría, alegría a mi corazón
afuera se irán la pena y el dolor.
Y ya verás,
las sombras que aquí estuvieron ya no estarán
y ya verás,
bebamos y emborrachemos la ciudad.
Y dale alegría, alegría a mi corazón
es lo único que te pido al menos hoy.
Y dale alegría, alegría a mi corazón
y que se enciendan las luces de este amor.
Y ya verás
cómo se transforma el aire del lugar.
Y ya verás
que no necesitaremos nada más...

Fito Páez, Y dale alegría a mi corazón
______________

A veces pensamos que alguien (o algo) le puede dar a nuestro corazón esa ansiada alegría que tanto necesita para dejar de lado, al menos por un instante, la pena y el dolor. Pero –¡ay!–, nos equivocamos de cabo a rabo. Jode, jode aceptarlo, pero es así.

Las viejas sombras –esas viejas compañeras–, vuelven y, con su presencia, nos recuerdan que esa alegría fue efímera (si es que no falsa, ilusoria o, para agravar la cosa, ¡estúpida!).

Algunos sujetos más despistados que este servidor, le llaman a esto suerte de perro; pero ¿qué tenemos contra los perros? Por eso traigo a colación unas profundas líneas de Saramago: Ah, este mundo al que algunos llaman perro. Los perros, sin dudas, lo llamarían hombre.
Hombre, hombre y hombre. Palabra Grande (con mayúsculas, desde luego). Palabra extraña. Y extraño ser el hombre: tan inasible, tan indescifrable, tan corrosivo a veces, tan patético en otras. Hombre: cuando un desaliento me oprime el pecho te quiero entender... Mal momento, pues, mal momento so tonto...
Es momento de pedir una tregua. Hagamos algo: bebamos y emborrachemos la ciudad, ¿te animas? Di que sí y verás cómo se transforma el aire del lugar... Bah, lo que venga después no importa...



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