El Aleph de Adolph
Por Miguel Gutiérrez
publicado en www.caretas.com.pe
Como se suponía que éramos adversarios políticos en relación al marxismo, eludíamos abordar temas de ideología y política, lo cual no impedía a Pepe Adolph referirse a los problemas que más lo desgarraban: el conflicto árabe-israelí, la ocupación norteamericana de Irak, la reconstitución teórica del marxismo y el porvenir del socialismo en el mundo. Los libros y la vida de los autores era otro tema permanente en nuestras charlas.
Habíamos convenido que la gran novela del siglo XX era En Busca del Tiempo Perdido, pero los gustos literarios de Pepe eran muy abiertos, como que era un lector empedernido de la narrativa fantástica, las novelas de terror y las novelas de anticipación y de ciencia ficción, por eso entre los escritores peruanos de las últimas promociones, a quienes leía con interés, mostraba predilección por los relatos de Enrique Prochazka y José Güich. En cuanto a su propia obra se mostraba escéptico cuando yo le decía (con toda verdad) que tenía muchos más lectores, incluso fervorosos, de los que él creía. La cuestión judía ocupaba un lugar central en su pensamiento y en su vida, por eso, y acaso para exorcizar su condición de judío no creyente, heterodoxo, marginal a las sinagogas, y antisionista, gustaba de contar chistes de humor negro sobre ese gran pueblo al que se sentía unido de manera entrañable. Y ya que hablo del humor, era el humor, las bromas –irreverentes, de sana indecencia y obscenidad– lo que convertía a nuestras reuniones en una fiesta maravillosa de la que participaban gozosamente nuestras respectivas parejas. Sin caer jamás en la vulgaridad, Pepe tenía una imaginación lujuriosa, usaba las palabras de resonancias escatológicas con deleite y elegancia y sus réplicas eran rápidas y desconcertantes, y el clima era de tanta confianza y fraternidad que yo por cierto me sumaba sin inhibiciones a este festín de erotismo verbal. Pero todo era juego, pues al contrario de los libertinos Pepe creía en el amor único y exclusivo. De ahí que frente a Delia, la mujer que amó en los últimos años de su vida, se mostrase solícito, cortés, rendido, casi un caballero medieval. De otro lado, Pepe fue un escritor y un intelectual honesto. Y fue también un hombre valiente. Aunque el ataque mortal fue feroz, tuvo una muerte rápida como Pepe la anhelaba. Seis horas después de fallecer, y en cumplimiento de su voluntad, Pepe Adolph fue cremado, y no hubo flores, ni funeral, ni oraciones ni discursos. Lo extrañaré por el resto de vida que me queda, y siempre lo recordaré con nostalgia y alegría.
Habíamos convenido que la gran novela del siglo XX era En Busca del Tiempo Perdido, pero los gustos literarios de Pepe eran muy abiertos, como que era un lector empedernido de la narrativa fantástica, las novelas de terror y las novelas de anticipación y de ciencia ficción, por eso entre los escritores peruanos de las últimas promociones, a quienes leía con interés, mostraba predilección por los relatos de Enrique Prochazka y José Güich. En cuanto a su propia obra se mostraba escéptico cuando yo le decía (con toda verdad) que tenía muchos más lectores, incluso fervorosos, de los que él creía. La cuestión judía ocupaba un lugar central en su pensamiento y en su vida, por eso, y acaso para exorcizar su condición de judío no creyente, heterodoxo, marginal a las sinagogas, y antisionista, gustaba de contar chistes de humor negro sobre ese gran pueblo al que se sentía unido de manera entrañable. Y ya que hablo del humor, era el humor, las bromas –irreverentes, de sana indecencia y obscenidad– lo que convertía a nuestras reuniones en una fiesta maravillosa de la que participaban gozosamente nuestras respectivas parejas. Sin caer jamás en la vulgaridad, Pepe tenía una imaginación lujuriosa, usaba las palabras de resonancias escatológicas con deleite y elegancia y sus réplicas eran rápidas y desconcertantes, y el clima era de tanta confianza y fraternidad que yo por cierto me sumaba sin inhibiciones a este festín de erotismo verbal. Pero todo era juego, pues al contrario de los libertinos Pepe creía en el amor único y exclusivo. De ahí que frente a Delia, la mujer que amó en los últimos años de su vida, se mostrase solícito, cortés, rendido, casi un caballero medieval. De otro lado, Pepe fue un escritor y un intelectual honesto. Y fue también un hombre valiente. Aunque el ataque mortal fue feroz, tuvo una muerte rápida como Pepe la anhelaba. Seis horas después de fallecer, y en cumplimiento de su voluntad, Pepe Adolph fue cremado, y no hubo flores, ni funeral, ni oraciones ni discursos. Lo extrañaré por el resto de vida que me queda, y siempre lo recordaré con nostalgia y alegría.
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