DISCULPEN, TENGO CASPA...
Por Rafael Barrionuevo
Columna "Quinta Rueda"
Publicado en el Semanario El Búho de Arequipa
Y también, disculpen, soy flaco. Y disculpen, ya que nunca aprobé matemática. Y sigan disculpando, porque aborrezco las peluquerías. Y vuelvan a disculpar, porque no sé tocar guitarra, y tengo mala voz, y peor sentido del humor. Disculpe varón, señorita, joven que me escucha. Aunque a decir verdad, qué diablos debería importarle a usted, anónimo lector, tamaño inventario de confesiones.
Creo que si la periodista Esther Vargas hubiera comenzado por ahí, se hubiera ahorrado todo ese debate originado por su columna: “Disculpen, soy lesbiana”. No sé porqué después no se siguió disculpando por ser gorda, por manejarse ese aire de resaca perpetua, por tener callos y juanetes, y por su incontenible vocación para el barullo. Sólo le faltaba eso, y por lo mismo, la respuesta debería desembocar en lo mismo: Y a usted qué diablos debería importarle.
Es curiosa esa manía de confesar intimidades en público. Extraña e inútil manía que, por alguna aun más extraña razón, los homosexuales gustan enarbolar como si fuera una bandera de honestidad, de integridad moral, de rectitud ante la vida. Frente a ellos, los homosexuales confesos, ya todos quedamos en deuda. Como si la llana y pedestre heterosexualidad fuera una seria limitación que urge pronta corrección so pena de incurrir en algún delito de naturaleza ética.
Y no pué. De ninguna manera. Hasta ahora, en todas esas fosforescentes declaraciones lésbicas, en ese repentino abrir de closets, en eso de ventilar sábanas, lo único que se nota son las irrefrenables ganas de llamar la atención que tienen los homosexuales. Y eso, firmado y publicado, es simple y llana apología. Un publicherry de sus costumbres. Es vestir de “drag queen” las ideas y sacarlas a la luz pública.
Y eso no se hace. No porque sea pecado, ni porque lo diga Cipriani, ni por cuidar la salud moral de la chiquillada en proceso de formación. No se hace sencillamente por la misma razón por la que se cierra la puerta del baño y por la que no debe hurgarse los mocos en público: por una cuestión de intimidad y buen gusto. Es decoro personal. Y hasta que la buena de Esther Vargas no esté de acuerdo en ello, creo que vamos a seguir disintiendo.
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PECADOS CAPITALES
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Por Orlando Mazeyra Guillén
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En una columna insoportablemente vacua, titulada "Disculpen tengo caspa..." (Semanario El Búho N°320), Rafael Barrionuevo acusa de ostentar una frivolidad galopante a aquellos gays que poseídos por esas “irrefrenables ganas de llamar la atención” sacan a la luz sus opciones sexuales. Rara paradoja ante la que nos encontramos cuando, a causa de sus notorias anteojeras y animosidades, es el acusador quien padece el mal que dice encontrar en los demás: los otros, los distintos, aquellos que por atreverse a hacer pública una sexualidad que escapa a los parámetros tradicionales incurren en “simple y llana apología” (¿?).Son este tipo de comentarios los que le restan seriedad a un discusión tan delicada en donde está en juego la libertad de los seres humanos y, a su vez, la condena a todo tipo de discriminación (sea ésta de índole racial, sexual o religiosa). Es menester, pues, enmendarle de lleno la plana a él y a todos los que pretenden banalizar un tema que nos afecta a todos (incluido el autor de la columna que, por si no lo ha notado, vive en un país donde la discriminación tiene derecho de ciudad).Y si Esther Vargas tuvo el valor civil de reconocer públicamente su condición de lesbiana, lo hizo para denunciar un acto discriminatorio y, obviamente, buscaba también originar un necesario debate que tanto parece molestarle al autor de la desafortunada columna (hace poco el congreso rechazó el matrimonio homosexual, ¿nos quedamos callados porque es de “mal gusto” levantar la voz y preguntar por qué, en pleno siglo XXI, dos peruanos de un mismo sexo todavía no pueden casarse?).Particularmente, debo aclarar que sigo las columnas sobre sexo que publica Vargas en Perú.21 desde hace un buen tiempo. La continuaré leyendo, porque no la sigo con fruición por ser una ‘outsider’, sino por el desenfado y el buen humor que siempre muestra para tocar temas que para muchos resultan profanación o tabú. ¿Acaso, por chismografía o morbo, nos interesa si ella se acuesta con hombres, mujeres o perros y gatas? Desde luego que no, pero sí debe interesarnos, y debemos condenar, que la Universidad San Martín de Porres haya pretendido sacarla de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, en donde ella ejerce la docencia, por el simple hecho de aceptar su condición de lesbiana.Barrionuevo, en su “Quinta Rueda” semanal, concluye que no se debe hablar de eso –de opciones sexuales, de libres elecciones- en público por una “cuestión de intimidad y buen gusto”. Bueno, bueno… a someternos a su dictadura sobre el buen gusto.Celebro que al columnista de El Búho no le importe si su vecino es mormón, si su compañero de trabajo es homosexual, o si su cuñado tiene rasgos indígenas; pero sí deben resultarle relevantes estos datos cuando a su vecino lo discriminen por tener una religión minoritaria, o quizá cuando a su compañero lo echen del trabajo al ‘descubrir’ sus ‘chuecos’ devaneos sexuales, o si por desventura a su cuñado no lo aceptan en un trabajo o en un club privado por no “tener buena presencia”. Hablamos de discriminación en sólo algunas de todas sus variantes.En tamaño disparate incurriríamos si, presas del prejuicio y la estupidez, minimizamos u osamos ridiculizar a quienes asumen con coraje una condición que los condena al ostracismo en más de un sentido.Nadie es mejor, todos somos iguales o, al menos, deberíamos serlo. Yo también tengo caspa, señor Barrionuevo, y sé que confesarlo es, al menos para mí, intrascendente; pero no lo será si agrego que soy agnóstico, porque esa simple acotación me cierra muchas puertas, si alguien lo duda pregúnteselo a Rafael Rey o a algún conspicuo miembro del sodalicio como, por ejemplo, nuestro arzobispo Javier del Río. Figurettis hay en todos lados, no solo en las minorías sexuales, y lo de Esther Vargas no tiene nada que ver con una vocación por el relumbrón. Cuando hay que defender una causa justa no debemos detenernos en minucias o en aspectos insustanciales.Al fin y al cabo, tanto Barrionuevo como quien escribe, en nuestra calidad de heterosexuales, compartimos intereses comunes. Y creo que ambos, también, sentimos vergüenza ajena por aquellos semejantes que cuando alguien les señala la inmensidad del cielo no pueden hacer otra cosa que fijarse en el dedo. La frivolidad me es antipática, pero en un periodista me resulta imperdonable. Hago votos para que de aquí en más se la considere un pecado capital. Ojalá Benedicto XVI tome nota. Al menos Barrionuevo ya lo hizo y eso me parece de muy buen gusto.
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