¿Para qué el sorbete?
Viernes por la noche. Febrero nos trajo a la costa. Dejamos atrás esa aburrida ciudad con sus dos mil metros de altura (y sus copiosas restricciones que, ahora, no vale la pena citar). Por eso, acá, se respira libertad... y el generoso mar pone la suave música de fondo...
–Oe, vamos al pueblo –me dice Sebas.
–¿Para qué quieres ir al pueblo?
–Pa’ mirar el material femenino: ¡Camaná, tierra de talentos!
–Ja, ja, ja –sonrío–. Querrás decir: Camaná, tierra de buenas curvas...
–Sí pe, Giannela Neyra es la mejor exponente, ¿te acuerdas que se le vio todito en Ciudad de M?
–‘ta que estás arriola, Sebas. Mejor corre a la ducha y te me bañas.
–No jodas, pa’ eso está el mar. O ¿crees que he venido a La Punta pa’ bañarme en la ducha? Ja, ja, ni que fuera camanejo.
–Guarda que te escuche un camanejo –le advierto–. Después terminamos gomeados por tu culpa.
–No pasa nada, man –me dice acomodándose el pelo–. Si estás con miki, estás con Dios.
El colectivo nos lleva en cinco minutos al pueblo. La plaza luce atestada de gente. Una mancha desigual y variopinta marca la diferencia: “Son mis patas –me dice Sebas–. Mira sus cacharros: todos están prendidos”. Sí, se nota a la distancia. Tienen los rostros adormecidos, obnubilados... pero ¿con qué?
–¿Qué se han metido? –le pregunto a Sebas.
–Yerbatero p –me dice–. ¿Lo ves al rasta?
–Sí, es el más stone de toditos. Creo que se ha fumado un árbol entero.
–Claro pe, él provee. Le decimos El Tanas: es un pastrulo de puta madre. Si te haces su pata tienes hierba gratis.
–Anda huevón, yo paso.
Nos acercamos a la mancha. Sebas, uno por uno, me los presenta. Me sonríen como estúpidos... y, algunos, parecen estar pensando en otras cosas.
–Ya vengo, voy a dar una vuelta –dice, de un momento a otro, El Tanas.
–Entonces te acompañamos –le anuncia mi amigo Sebas.
–Ya pe, vamos...
Dejamos atrás la plaza. Y caminamos, despacio, hacia un lugar que desconozco.
–¿Tienes? –pregunta Sebas.
–Cicatriz –responde El Tanas–. Pero saquen un trago primero.
Paramos en la esquina. Compramos el ron y la gaseosa.
–Seño –dice Sebas–, ¿me los puede mezclar?
–Ya.
Mientras la señora mezcla, con ayuda de un jarra de plástico verdolaga, el ron con la coca-cola, Sebas cuchichea con El Tanas.
–Ya está –sentencia la señora.
–Gracias, se pasó seño –le dice El Tanas–. Y, porfa, denos un vaso descartable y un sorbete.
–¿Un sorbete? –le pregunto, totalmente confudido–. ¿Para qué el sorbete?
A la señora también le extrañó la rara solicitud de El Tanas pero, a pesar de eso, le entregó un sorbete y un vaso descartable sin demora.
–Mitas mitas –me dice Sebas, sacando su billetera–. El Tanas es mantequilla.
Le cancelamos a la señora. Luego salimos de la tienda y el sorbete rosáceo que lleva El Tanas en una de sus manos me sigue confundiendo.
–Ya, hablen: ¿Pa’ qué quieren el sorbete? –vuelvo a preguntar–. ¿No pensarán que vamos a chupar el trago con sorbete?
–Ja, ja, ja –sonríe abiertamente El Tanas y dibuja esas sonrisas sardónicas que lo dicen todo.
Cuando llegamos a una calle bastante oscura El Tanas se pronuncia:
–Aquí está bien. Sebas ¿tienes DNI?
–Por supuesteishon –y saca diligentemente su documento de identidad mientras El Tanas va desdoblando un pequeño papelito que traía en el bolsillo de su polo.
Termina de abrirlo y echa un polvo blanco sobre el DNI de Sebas: parece tiza molida, Sal de Andrews, sillar licuado.
–¿Es coca? –les pregunto.
–Clarinete –me dice Sebas con la mirada fija en su DNI–. Con este cloro vamos a ser los reyes de la noche.
El Tanas, con su dedo índice va separando, con paciencia, la cocaína... y armando delgadas y uniformes líneas.
–¿Qué haces? –le pregunto, sintiendome el partícipe de un excepcional ritual.
–Estoy armando las rayas, chochera –me dice El Tanas–. Una pa’ cada lado de la ñata.
–Ahora ya sabes pa’ qué era el sorbete –me dice Sebas viendo cómo El Tanas, lentamente, se lo introducía en uno de los orificios de su nariz...
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