LAS PALABRAS...
"Las palabras son buenas. Las palabras son malas. Las palabras ofenden. Las palabras piden disculpa. Las palabras queman. Las palabras acarician. Las palabras son dadas, cambiadas, ofrecidas, vendidas e inventadas. Las palabras están ausentes. Algunas palabras nos absorben, no nos dejan: son como garrapatas, vienen en los libros, en los periódicos, en los mensajes publicitarios, en los rótulos de las películas, en las cartas y en los carteles. Las palabras aconsejan, sugieren, insinúan, conminan, imponen, segregan, eliminan. Son lubrificadas con aceite de paciencia. Los cerebros están llenos de palabras que viven en paz y en armonía con sus contrarias y enemigas. Por eso la gente hace lo contrario de lo que piensa creyendo pensar lo que hace. Hay muchas palabras..."
José Saramago, “LAS PALABRAS”
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No tenemos a la mano –al menos todavía no hemos inventado– otro medio mejor para entendernos y explicarnos; y, aunque parezca mentira, a veces las palabras (todas las que atiborran las páginas del diccionario de la R.A.E.) se quedan cortas y se convierten en una gran limitante que no nos deja expresar cabalmente lo que, en realidad, queremos decir (u ocultar)... Y, todos somos palabras y estamos hechos de palabras:
–Soy terco –dice, convencido, Juan.
–Yo soy pesimista –sentencia, algo confundida, Laura.
Pero esos dos adjetivos no significan lo mismo para todos: la terquedad para muchos es positiva y para otros tantos no es más que un oscuro defecto que reduce a las personas; igual ocurre con el pesimismo, pues, a veces ser pesimista está emparentado con ser realista (“Un pesimista es un optimista bien informado”, dice Mario Benedetti... “Como no hay dos vidas iguales, el poso vital que se va sedimentando en el individuo colorea poderosamente su lenguaje personal. La palabra 'guerra' no significa lo mismo para el que estuvo en el frente y para el que no estuvo; ni siquiera tiene la misma resonancia para el aviador que para el marino, pues han conocido distintos tipos de guerra, con sonidos, colores y hasta olores diferentes, por lo que la palabra evoca una quintaesencia singular de sentimientos y sensaciones en cada individuo. ¿Quién nos asegura que dos mendrugos del mismo pan saben iguales en la boca de dos persona distintas? A una puede gustarle y a otra no, con lo que el reflejo condicionado se va formando de manera distinta. A fin de cuentas, la expresión “más bueno que el pan” pueda parecer absurda a quien detesta dicho alimento, y también el antiguo lugar común poético “besos más dulces que el vino” parece ilógico al lector medio, acostumbrado cada vez a vinos más secos, y en cambio sí suena apropiado a oídos del viejo aficionado al oloroso con pastas de media mañana”, dice Alfredo Bryce Echenique).
–Soy terco –dice, convencido, Juan.
–Yo soy pesimista –sentencia, algo confundida, Laura.
Pero esos dos adjetivos no significan lo mismo para todos: la terquedad para muchos es positiva y para otros tantos no es más que un oscuro defecto que reduce a las personas; igual ocurre con el pesimismo, pues, a veces ser pesimista está emparentado con ser realista (“Un pesimista es un optimista bien informado”, dice Mario Benedetti... “Como no hay dos vidas iguales, el poso vital que se va sedimentando en el individuo colorea poderosamente su lenguaje personal. La palabra 'guerra' no significa lo mismo para el que estuvo en el frente y para el que no estuvo; ni siquiera tiene la misma resonancia para el aviador que para el marino, pues han conocido distintos tipos de guerra, con sonidos, colores y hasta olores diferentes, por lo que la palabra evoca una quintaesencia singular de sentimientos y sensaciones en cada individuo. ¿Quién nos asegura que dos mendrugos del mismo pan saben iguales en la boca de dos persona distintas? A una puede gustarle y a otra no, con lo que el reflejo condicionado se va formando de manera distinta. A fin de cuentas, la expresión “más bueno que el pan” pueda parecer absurda a quien detesta dicho alimento, y también el antiguo lugar común poético “besos más dulces que el vino” parece ilógico al lector medio, acostumbrado cada vez a vinos más secos, y en cambio sí suena apropiado a oídos del viejo aficionado al oloroso con pastas de media mañana”, dice Alfredo Bryce Echenique).
Gracias a las palabras, leemos y escribimos. Dos actividades que, sin duda, enriquecen la vida todos aquéllos que las llevan a cabo. Incluso los blogs pueden ser considerados como rincones virtuales de escribidores en potencia (algunos flaubertianos que publican todos los días, y otros, menos rígidos, que lo hacen intermitentemente debido a varias razones); a todos ellos los une un vínculo común: DECIR algo, CONTAR algo, CRITICAR algo, TOMAR POSICIÓN con respecto a algo... Y para eso sólo tenemos a la mano las palabras (pues, se me antoja, las imágenes están dentro de otro contexto).
Las palabras no cumplen otra función que enmascarar lo que realmente sentimos... Cuando hablamos, escribimos, conversamos por chat o por teléfono podemos ser sinceros y espontáneos o falsos e hipócritas... Al menos, en el mundo de los blogs, las motivaciones que mueven a la gente a escribir (cosas frívolas y deleznables, o sustanciales y edificantes) está marcado por ese deseo o impulso vital que bulle en su interior ("Toda actividad humana está motivada por el deseo o el impulso", dejó dicho Bertrand Russell).
¿Qué los (nos) hace escribir? ¿Cuáles son sus (nuestras) razones y motivaciones? Pueden ser altruistas o innobles, generosas o mezquinas, complejas o banales... Yo, por lo menos, no sé para qué diablos escribo; tal vez porque le encuentro cierto placer o encanto, pero estoy convencido de que no es sólo por acceder a una mera fruición, creo que construir frases o ideas con una pluma o un teclado, en verdad, nos hace mejores personas... Por eso, cuando usen las palabras, traten de volcar lo mejor que poseen, eso sí, sí que vale la pena.
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