Sunday, March 04, 2007

¿Por qué escribo?


JULIO RAMÓN RIBEYRO


Yo no escribo por una sola razón, sino por varias. Estas son las principales:
Para deshacerme de ciertas obsesiones y sentimientos opresivos.
Para tratar de dar forma y comprender mejor las ideas e intuiciones que me pasan por la cabeza.
Para contar alguna cosa que merece ser contada.
Para crear, sin más recurso que las palabras, algo bello y permanente.
Por una necesidad humana de ser reconocido, apreciado, admirado y querido (como diría mi amigo Alfredo Bryce Echenique).
Porque me divierte.
Porque es lo único que sé hacer más o menos bien.
Porque me libera de cierto sentimiento de culpabilidad inexplicable.
Porque me he acostumbrado a hacerlo y para mí, más que una rutina, es un vicio.
Para que mi experiencia de la vida, por muy pequeña que sea, no se pierda.
Porque el hecho de hacerlo solo, con mi máquina de escribir y una página en blanco, me da la ilusión de ser absolutamente libre y poderoso.
Para continuar existiendo, una vez muerto, aun cuando sea bajo la forma de un libro, como una voz que alguien hará el esfuerzo de escuchar. En cada lector futuro, volvemos a nacer.

ALFREDO BRYCE ECHENIQUE

Yo escribo para que me quieran más y porque, francamente, creo que es lo único en lo que puedo ser útil en esta vida.
Escribo porque creo, como François Georges, que viajar y escribir son lujos que sabe apreciar un hombre al que no se le ha asignado ningún lugar en el mundo.
Escribo porque, negándome a creer en la soledad de la página en blanco, siento que vienen a poblarla las mujeres, hombres y ciudades que más he amado en el transcurso de mi vida.
Escribo porque encuentro en las más hermosas páginas de la literatura una razón suficiente para escribir y, al mismo tiempo, un sucedáneo del acto amoroso.
Escribo, en fin, porque al explicar, como ahora, por qué escribo, también vuelvo a sentir la necesidad fisiológica de hacerlo.

MARIO VARGAS LLOSA

Creo que el acontecimiento más importante de mi vida hasta el día de hoy ha sido aprender a leer. Tenía cinco años y era un niño travieso y soñador. Las revistas y los libros de aventuras enriquecieron mi universo de manera extraordinaria, llenándolo de peripecias, territorios y seres fabulosos en los que yo era el héroe, el descubridor y la encarnación, con toda la fuerza de una imaginación que las lecturas mantenían en efervescencia constante y donde, como siempre pasa con los niños, difícilmente discernía los límites entre ficción y realidad.
Es evidente que el tiempo se ha encargado de hacerlos visibles y de probar que son infranqueables. Creo que mi vocación de novelista está impregnada de la nostalgia de esas aventuras leídas y que es un oscuro esfuerzo por rechazar esos límites entre lo inventado y lo vivido, un esfuerzo contra la razón práctica para vivir múltiples vidas y cada una de ellas con mayor intensidad, diversidad e impunidad que las que permite la vida verdadera.
Fuente: Diario El Comercio, Lima.

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