Thursday, August 11, 2005

Malas palabras

Es una lástima que no recuerde bien en qué grado de la primaria me hicieron comprar ese pequeño diccionario Bruño de páginas blancas y letras pequeñas. Lo que sí recuerdo es que, por aquellos días, a mí y a muchos de mis compañeros nos fascinaba sobremanera el buscar el significado de las palabrotas que muchos pronunciaban a hurtadillas: carajo, mierda, pincho, culo, etcétera.

¡Qué placentero era encontrar una palabrota en letras de molde! Uno se sabía haciendo una cosa prohibida, impropia... resumiendo: una cosa cochina (y en eso, al menos así lo creo, radicaba el principal disfrute de leer, por ejemplo: MIERDA: excremento humano).

¿Por qué lo prohibido seduce tanto? Porque a nadie le gusta que le cercenen su libertad individual. Por eso –como lo leí alguna vez– la censura acarrea males peores que los que pretende combatir. Y es casi un hecho que dentro de pocos lustros esa palabra parecerá (si es que ya no lo parece) primitiva, caduca, agotada.
Pero como ya lo dije antes: no sólo era el encanto de lo prohibido lo que me invitaba a descubrir el significado de las malas palabras sino su carácter de ‘malas’, de ‘cochinas’... Porque, si lo notamos bien, todos en el fondo queremos ser cochinos, sucios, disolutos, vulgares... Por eso, cuando criticamos a alguien –por borracho, por adúltero, por malhablado– en realidad estamos sintiendo una envidia (casi siempre imperceptible e infelizmente oculta); la envidia que produce nuestra incapacidad de ser como el otro, de no atrevernos a serlo. ¿Y por qué no serlo? Cada uno tiene sus motivaciones, las cuales son de todos los colores y de distinta índole.

Tuesday, August 09, 2005

PARA QUE NO ME OLVIDES...

Para que no me olvides me cansé de juntar tus labios con los míos la primera tarde que salimos (sé que lo hice mal, muy mal; pero eso –no lo dudes– también fue para que no me olvides)...
Para que no me olvides tomaba nerviosamente tu mano y la besaba al menos un par de veces cada vez que te dejaba en la puerta de tu casa (nueve en punto de la noche, con el viejo guachimán burlándose en su esquina)…
Para que no me olvides rematé mi colección de “Premios Nobel” para poder llevarte a la playa ese viernes que renunciamos al tedio universitario…
Para que no me olvides te susurré un millón de veces “eres mi necesidad vital” (aún a sabiendas de estar diciendo una huachafada inmensa que nunca supe por qué diablos te gustaba tanto)…
Para que no me olvides te mandé a la "mierda" el día que me reprochaste ese imperdonable olvido (26 de octubre, claro: el día de cumpleaños)…
Para que no me olvides te dije –ese viernes funesto en la puerta del CYRANO– que sólo estaba contigo porque "me gustaban tus tetas", y tú me respondiste con un rodillazo (que sabes que yo no olvido)…
Para que no me olvides te dije que si estabas embarazada tú le pondrías el nombre (y sólo supiste abrazarme, llorar y pronunciar mi nombre)…
Para que no me olvides escribí ese piélago de poemas que rompiste en mi cara días después de descubrirme ebrio recostado en los pechos tu (nuestra) amiga Laura…
Para que no me olvides te dije “Si me olvidas, te jodes…” ¿Lo recuerdas? Fue aquella tarde en el aeropuerto cuando tu destino apuntaba al centro de Europa…
Para que no me olvides (des)hice tantas cosas más… cosas que ya ni siquiera recuerdo (o quizá prefiero no recordar)… Pero al final: me olvidaste, de tu álbum me arrancaste... y el final de esta historia, embarraste.

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